'Deseo', o amistades peligrosas
BUTACA EN ANFITEATRO (14/03/2013)
Todo estreno teatral de Miguel del Arco suscita un indudable interés, y Deseo –obra que escribió hace ya años, y que ahora presenta y dirige- es por ello uno de los acontecimientos teatrales de la temporada en nuestro país. Para redondear el reclamo, la obra corre a cargo de un reparto de gancho indudable, con intérpretes de probada solvencia y bien conocidos por el gran público de cine, teatro y televisión.
Deseo parte de una premisa argumental que puede resultar manida: Ana y Paula son compañeras de gimnasio, que intercambian confidencias íntimas mientras entrenan. La primera, una mujer se entiende que bien posicionada, está ¿felizmente? casada con Manu, en un matrimonio sobre el que aparece la constante sombra de la infidelidad. Paula, por su parte, es una auténtica ninfómana devora-hombres, capaz de hacer lo que surja donde surja con cuanto hombre se le ponga por delante. Manu y Ana tienen un amigo, Teo, un hombre de pronto agresivo que acaba de divorciarse porque su mujer le ha pillado en la cama con su asistenta, y que va a pasar el fin de semana a la casa que el matrimonio tiene en la sierra, para ver si le suben el ánimo. Ni corta ni perezosa, Ana invita a Paula a unirse en la reunión, con la esperanza de poder juntarla con Teo… y así tenemos a los cuatro personajes confluyendo en lo que aparentemente es la típica y tópica comedia de enredo. Solo aparentemente, porque ya desde la primera imagen –una suerte de flashforward-, se anticipa el halo de turbiedad que irá rodeando a los personajes conforme empiecen a jugar al juego del sexo y entrando en una espiral de autodestrucción de la que les será difícil salir.
Viendo esta función, que pasa de la comedia al thriller en cuestión de segundos, resulta imposible no pensar –salvando las distancias, claro- en títulos como Las Amistades Peligrosas; o, más concretamente, Quartett, de Heiner Müller. Incluso –afortunada casualidad- se pueden trazar paralelismos entre Deseo y el Cosí fan tutte de Mozart en su faceta más turbia, que casualmente se ha visto en el Teatro Real en estas mismas fechas. Lo mejor es que Miguel del Arco ha conseguido ofrecer al público una comedia que está construida sobre réplicas llenas de ingenio, gancho y naturalidad –nos reímos de aquello que reconocemos, porque las situaciones son absolutamente creíbles, como si el autor estuviese escarbando en nuestra propia intimidad, y creo que es por eso que la risa es sincera y constante-, y sirve el giro argumental una vez que el público ríe tranquilo y distendido, aun cuando vengamos viendo que es difícil que el asunto acabe bien. Porque en esta historia, quien más quien menos esconde algo, y el juego acaba teniendo consecuencias inesperadas para los cuatro, aunque el autor nunca juzgue a sus personajes, y procure dignificarlos, y mostrarnos los puntos vulnerables de los cuatro para procurar que lleguemos a entender sus motivaciones para ser lo que son. Cuando ya no hay vuelta atrás, la escena final -incluso más que la resolución en sí misma- está magistralmente planteada e interpretada, y la sombra de Harold Pinter asoma con total justicia. Así, el texto de Del Arco presenta dos grandes bazas: haber sabido huir, en general, de tópicos rancios y traer el enredo a parámetros actuales de la vida real –otros dramaturgos sobre el mismo material hubieran hecho una comedia ligera que hubiera resultado muy vista, sin embargo esta función se ve con agrado y casi nunca se tiene esa sensación-; e ir elevando progresivamente la temperatura –sexual y dramática- del texto, que se mueve en un crescendo progresivo hacia la catarsis inevitable. ¿Es cierto que hay situaciones esperadas y esperables, sobre todo a lo largo de la primera mitad del espectáculo? Sí, pero posiblemente sean útiles para relajar al público y difuminar de alguna manera la verdadera naturaleza de lo que está viendo. También es inteligente el hecho de que haya más erotismo en lo que se dice que en lo que se ve: la historia podría justificar repetidas escenas de sexo, y sin embargo solo hay las justas y necesarias, tratadas siempre con elegancia estética, sin buscar el morbo por el morbo.
La dirección escénica corre a cargo del propio Del Arco -que saca, como siempre, lo mejor de sus actores- y la propuesta escénica es de indudable complejidad: las diferentes estancias de la casa de Manu y Ana se evocan mediante una escenografía giratoria –Eduardo Moreno-, sobre la que se proyectan inquietantes imágenes que evocan la negrura de lo que está por venir –Joan Rodó-. Personalmente no soy un fanático de las escenografías giratorias, pero hay que reconocer que el resultado aquí es estético y efectivo, incluso en términos expresivos –muchas veces la escenografía gira de forma frenética para sugerir la (in)estabilidad emocional de algún personaje-, si bien en ocasiones el uso del dispositivo giratorio llega a volverse repetitivo en exceso en algunos momentos. Algo menos feliz es el uso de la música compuesta por Arnau Vila: es mucha, y suele aparecer con fines bastante obvios en según qué momentos; el espectador debería poder asimilar los cambios de tono por sí mismo, sin necesidad de que la música se los mastique constantemente.
Funciona muy bien el cuarteto actoral, con una nueva interpretación soberbia de Emma Suárez, en un personaje dificilísimo porque es todo contención, y sin embargo queda claro desde el primer segundo que ella es la auténtica protagonista de lo que está sucediendo, porque de alguna manera vemos toda la obra desde la mirada de Ana, y es Ana quien inicia el conflicto llevando a Paula a su casa. Frente a tres personajes que son puro nervio, Suárez sale airosa de un difícil ejercicio, porque muchas veces es más importante lo que calla que lo que dice, y ella lo transmite de manera formidable. La elegancia en escena –como no podría ser de otro modo- es la de siempre. Sorprendentes están tanto Belén López (Paula) como Luis Merlo (Teo), en registros insospechados que acometen de manera brillante. Ella borda al putón que le ha tocado en suerte, en un trabajo que está en las antípodas de cualquier cosa que le haya visto antes –la habrán visto en personajes de mujeres cándidas o apocadas en varias series de televisión, que poco o nada tienen que ver con este papel…-, y consigue el más difícil todavía: que no nos caiga antipático un personaje que podría serlo perfectamente, y que lleguemos a compadecernos de ella, y a pensar que lo único que necesita es que alguien la quiera de verdad por una vez en su vida. Merlo marca perfectamente la inestabilidad de su personaje, capaz de pasar de la más peligrosa agresividad –en principio, desde que entra en escena todo apunta a que si algo malo pasa, será a causa de uno de sus prontos…- al desmoronamiento del hombre herido en su orgullo. Le he visto muchas veces en teatro, y este es sin duda su mejor papel reciente… también es de los más sustanciales que le hayan ofrecido últimamente en teatro. Por su parte, a pesar de la innegable facilidad de Gonzalo de Castro (Manu) para la comedia, que vuelve a quedar probada una vez más –tiene golpes geniales, sobre todo en la manera de decir las cosas-, creo que su trabajo mejora considerablemente conforme las cosas se van poniendo feas, porque es entonces cuando verdaderamente empezamos a ver a Manu y desaparece cualquier recuerdo anterior. Desgraciadamente, es imposible destacar su mejor momento sin realizar un spoiler fatal, así que han de ir a ver la función para saber a qué larga escena –en la que su contraparte, por cierto, le da réplica de manera excelente- me estoy refiriendo.
A fin de cuentas, el resultado es una función inteligente, que demuestra que se puede hacer teatro comercial –porque Deseo lo es-, sin renunciar a la calidad y al trabajo bien hecho, y que se pueden escribir comedias –porque esto es una comedia muy entretenida en la que el público ríe absolutamente cómplice; pero una comedia con sorpresa, claro…- con algo por detrás. Y aquí, si miran con atención, verán que todo lo que hay por detrás tiene un peso determinante.
H. A. Nota: 3.75 / 5