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Miguel del Arco escribe y dirige DESEO, en el Teatro Cofidis

Luis Merlo,Belén López,Emma Suárez y Gonzalo de Castro durante la representación de Deseo

 Miguel Gabaldón  (11/02/2013)

Aspiración, libido, ansia, impulso, afán, anhelo, apetito, pretensión, capricho, empeño, antojo, pasión, ambición, interés… Deseo. Este es el título de la última obra escrita y dirigida por el incombustible Miguel del Arco, que se ha estrenado en el Teatro Cofidis de Madrid. Deseo es una historia de pulsiones primarias y engaño conyugal basada en cuatro personajes y un fin de semana. La ingenua Ana (Emma Suárez) disfruta escuchando las aventuras eróticas de Paula (Belén López), una amiga que ha hecho en el gimnasio. Tan atraída se siente por estas historias que deciden hacer un experimento: Ana invitará a Paula a su chalet el fin de semana para que ésta intente seducir a su marido, Manu (Gonzalo de Castro). El cuarto en discordia es Teo (Luis Merlo), amigo de la pareja que acaba de separarse de su mujer y necesita algo de acción. Pero el fin de semana no saldrá como esperaban.

Esta temporada hemos visto varios montajes que, con mayor o menor fortuna, eran radiografías de relaciones conyugales fallidas. Por ejemplo la fantástica Maridos y mujeres o Babel, con la que este Deseo tiene puntos de conexión bastante sustanciales, tanto a nivel de argumento como de atmósfera. Así que el nuevo espectáculo que nos ocupa se une con honores a este club de la incomunicación afectiva. Lo primero que hay que decir es que ésta es una obra que provoca sentimientos encontrados. Descoloca. El registro interpretativo es de comedia y las risas se expanden por el patio de butacas. Pero no son risas cómodas y libres, ya que el resto de la puesta en escena, la música (que podría ser banda sonora de uno de esos thrillers de psicópatas pasados de vueltas que tan de moda estaban en los noventa), la oscura iluminación, las turbadoras proyecciones, la saturación de los colores, el inquietante desplazamiento del por otra parte tremendamente efectivo decorado (basado en dos paneles sobre una plataforma giratoria que se van reorganizando continuamente para crear los diferentes espacios), todo anticipa un final trágico. Algo siniestro sobrevuela el escenario a la vez que las risas resuenan. Una sombra bajo la pátina cómica se entrevé permanentemente. Y es inquietante, ya que percibes que no llegan a encajar las piezas. Es peligrosa esta lucha entre el tono interpretativo y el de la atmósfera que se crea estética y sonoramente, la pugna intestina entre comedia y fatalidad. Pero hay que reconocer que, por otra parte, esta indecisión tonal provoca un desasosiego bastante curioso, un recelo muy acorde con el de estos personajes encerrados en sus egoísmos y pulsiones respecto los unos de los otros. Y es un recurso distanciador que funciona. Al fin y al cabo del Arco ya introduce una frase de Montaigne que puede dar una clave sobre el asunto: “Nuestro deseo es indeciso e incierto; nada sabe poseer y nada sabe gozar rectamente”. Así que si lo que pretende del Arco es provocar incertidumbre, desde luego lo ha conseguido.

En cuanto a las actuaciones, los cuatro conocidos actores realizan un muy buen trabajo. Gonzalo de Castro y Luis Merlo aportan el punto más abiertamente cómico al elenco, mientras que Belén López consigue personificar a la tentación de forma seductoramente retorcida y Emma Suárez encandila con el personaje con el que se identifica la audiencia. Del Arco ha escrito una historia sencilla e imprime un ritmo dinámico a la narración, que en ningún momento se hace morosa, y consigue mantener el interés desde el principio hasta el impactante final. Y aunque la capa exterior del relato sea superficial, ligera (casi por momentos de telecomedia) y no parezca en exceso original, hay una pulsión soterrada que examina el deseo de forma bastante certera. Y consigue reflejar cristalinamente que el ser humano es, al fin y al cabo (y por mucho que intentemos disfrazarlo) un animal. Movido por impulsos completamente primarios. En definitiva: por el deseo. Ya lo dicen en la obra: “El deseo es el motor que mueve el mundo. Es más rápido e infinitamente más económico que el amor”.


 

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