Rojo caníbal, casa tomada
Desde el patio de butacas | elmundo.es (Álvaro Cortina) (22/04/2013)
Suena el móvil de Manu (Gonzalo de Castro) en medio de la noche, y es el deseo (Belén López), que llama. Es un caso de atracción fatal, unas veces psico-thriller-psico-sexual (ahí la música de Arnau Vilà) y otras comedia malévola, y hasta comedia festiva. Hablo de Deseo (en el Teatro Alcázar o Cofidis): Teo, el entrañable sonao que interpreta magistralmente (con frases descabalgadas, casi de autómata) Luis Merlo, lleva a sus espaldas la doble faz de esta obra con puesta en escena rotatoria del hombre de teatro del momento, Miguel del Arco (también autor). Diríamos, dentro del comentarismo teatral al uso, que todo funciona perfectamente aquí. Recuérdese la metáfora del reloj, claro.
La dirección y el oficio de los actores (aún no hemos hablado de la clave del cuarteto, la bella angélica Emma Suárez, cada vez más Shelley Winters) sostienen los puntos de arriesgado equilibrio de la trama (de giros y volatines que podrían resultar disfuncionales): una mujer casada (Ana/Suárez) invita su casa de campo por un fin de semana a una conocida, soltera y bastante horny del gimnasio, Paula (Miss Deseo). Sumen al marido, Manu, un tipo razonable y trágico. Allí se apunta Teo, ese macarra inclasificable, ingenuo quizá peligroso, que encarna, dijimos, un Merlo casi demacrado, casi despeinado. Un buscavidas de vaqueros (gran acierto del vestuario en general, que firma Suárez también) y tatuajes, en pleno proceso de divorcio. Como si fuera el protagonista de Locos de amor, de Shepard, con quince años más. Todo el transcurso de Deseo va quitando capas a Manu/De Castro y deja en cambio intacta a Ana, el único asidero.
"Del Arco escribe momentos dramáticamente virtuosísticos. Es un trabajo para muy sólidos actores que deban alternar densidad y juego"
De Castro y Merlo llevan principalmente la función de desahogo cómico, de este cruel juego de biombos (hay quien acecha al otro lado de la casa). El resultado es, en verdad, desolador y angustioso retrato de parejas en su madurez urbanita. Precisamente, todo lo que rodea al personaje de la explosiva y libidinosa Paula es uno de esos puntos de frágiles de equilibrio de los que he hablado de pasada: su progresivo gobierno de extraña manipuladora sobre la casa, como una casa tomada (ella misma considera que quiere "espacio", cuando su amante le sugiere la caseta del jardín); su extraordinaria capacidad para sembrar el desconcierto entre todos, sin la menor dificultad (hay algunos pasos curiosos en el rocambolesco juego de alianzas entre personajes); y, en especial, su desvío sentimental en dos escenas llegando ya al final de la obra. Paula alega, de hecho, motivos biológicos en medio de un demorado calentón: ella es naturaleza, su interioridad queda como en misterio, ¿no es su difícil situación final un poco forzada? Se habla de ella como de una caníbal: así la hemos entendido. Por eso, su duello finale con Ana, y su desesperación de soltería terminan por sacar a relucir que ella es artificial, como los símbolos, como los androides o como los... relojes. Es como el rojo de su vestido. Es un frenesí caníbal que ha entrado en la casa de campo: sus manos tocan a los demás, ella se toca a sí misma, se frota con los muebles. Es una tetera que silba.
"De Castro y Merlo llevan principalmente la función de desahogo cómico, de este cruel juego de biombos"
A su lado, el matrimonio protagonista (esa "pareja perfecta", que ya casi busca destruir por el mismo hecho de ser perfecta -y Teo le comprende-) es un auténtico acaparador de ambigüedad: en especial, el espléndido Manu de Gonzalo De Castro sostiene la perspectiva más amplia, más compleja e historiada; cada una de sus frases en Deseo es susceptible de una importante cantidad de lecturas simultáneas. Ya en la segunda escena, se dice: "Estamos hablando de Teo, o estamos hablando de nosotros". Más adelante, Del Arco escribe momentos dramáticamente virtuosísticos. Es un trabajo para muy sólidos actores que deban alternar densidad y juego. Quizá el ataque ciego de la disgregadora Paula es, en el fondo, un castigo moralista a Manu. Por cierto, no sabemos nada de sus profesiones. Imagino: Manu podría ser un editor. Podría ser un personaje de Pinter. La desfachatez de Manu, que se permite afirmar que es un hombre de disciplina, en todo caso, nunca será castigada (su castigo será sólo el mal trago del fin de semana, nada irreversible). Su destino es ser atormentado y afortunado en un mundo moderno en que, desaparecidas las enfermedades públicas y las guerras, todo se dedica a la septicemia moral privada. El deseo es la casa tomada de un cuerpo convencional.
"el espléndido Manu de Gonzalo De Castro sostiene la perspectiva más amplia, más compleja e historiada; cada una de sus frases en Deseo es susceptible de una importante cantidad de lecturas simultáneas."
Efectivamente, al final nos quedamos del lado de Ana, que se viste en una ocasión de deseo, de rojo, deshaciéndolo de canibalismo: Ana es el personaje que más ignora de Deseo (aquella Hannah, de Woody Allen...), pero precisamente la que activa este mecanismo (el mecanismo relojero de antropofagias). La angélica Suárez (tibiamente respondona y perversa al final) condena para siempre, con su tristeza, al inmenso personaje de De Castro (personaje que no sería tan grande sin este actor, creo yo). En menos de dos horas ya sabemos lo largo que fue su fin de semana. La labor de Juanjo Llorens ha perseguido con la luz algo más denso que la tiniebla. Cae el telón y abandonamos de sopetón una estancia donde el aire pesaba demasiado, y donde sólo restaba irse. No sé, quizá Miss Deseo, la Satánica Majestad, fuera el chivo expiatorio que activa Ana para reforzar (vía sacrificio) la unidad de su familia sin hijos.